La Maison des Sciences de L 'homme, en el 54 del Boulevard Raspail en París, es uno de los grandes laboratorios humanísticos de la decadente Europa. En un pequeño despacho de la cuarta planta me encuentro con el intelectual europeo más citado internacionalmente. Es un joven de casi setenta años que ha entregado su vida a investigar honestamente la realidad y que detesta el cinismo y el nihilismo de los predicadores posmodemos que copan los medios de comunicación.
La corrupción estructural en el campo del periodismo amenaza a todos los campos del saber.
En 1995, durante las huelgas que conmovieron Francia, Pierre Bourdieu no se quedó en el Olimpo de los posmodernos sino que bajo a la arena del activismo político y, como él mismo sostiene, se sitúo a la izquierda de la izquierda para dar argumentos a quienes se resisten a la mundialización neoliberal.
Hastiado de nihilistas y cínicos, en las presidenciales de 1981, Bourdieu apostó junto a Michel Foucault por el humor de un payaso: Colouche. Pero fue en las huelgas de 1995 cuando bajó definitivamente a la arena de los movimientos sociales ante la inquietud de los intelectuales estrella.
Su labor como investigador se inició en Argelia a finales de los años 50, con trabajos etnográficos sobre la Kabilia. Poco después estudió la soltería en el Beam, un pedazo de Pirineo junto al País Vasco francés, donde nació en 1930. La pugna entre lo objetivo y lo subjetivo en el territorio de la creación artística y el intento de unificar las ciencias humanas lo motivaron a escribir obras tan reveladoras como Esbozo de una teoría de la práctica ( 1972) y El sentido práctico. Pero fue La distinción. Criterios y bases sociológicas del gusto (1979) el libro que lo consagró como uno de los sociólogos más importantes, que ha sabido dar la vuelta a Marx y a Weber para descifrar cómo funcionan las estructuras simbólicas de dominación, ocultas en nuestra tradición cultural.
Para superar el error de Marx, que sostenía la existencia real de clases sociales, inventó conceptos tan esenciales como Espacio Social y Espacio Simbólico, que definen la suma de los diferentes campos en conflicto donde se libran las luchas de poder. El capital económico y el capital cultural pugnan constantemente en esos campos con el objetivo de obtener la legitimidad o el canon, el poder en definitiva. El campo artístico, el literario o el científico, son instituciones históricamente constituidas y dotadas de un conjunto de normas de juego.
La obra de Bourdieu es impresionante y abarca infinidad de materias. Ha estudiado temas tan diversos como el universo bereber, los museos, los gustos, la escuela, la gestación del Estado moderno, la clase dirigente, la creación artística y literaria, la representación política, la alta función pública, la casa privada, el sufrimiento social o los medios de comunicación. En su último libro, La domination masculine (1999), demuestra cómo la relaciones entre los sexos están eternizadas y desvela los mecanismos estructurales que han permitido el dominio de las mujeres. Este último libro ha resultado tan polémico y fimdamental como los tres anteriores: Sobre la televisión (1996), Meditaciones pascalianas (1997) y Contrafuegos (1998).
Todas las revoluciones artísticas del siglo XIX tenían el fin de imponer valores no económicos: el arte contra el dinero. Lo que ahora contemplamos es la revancha del dinero contra el arte"
Por fin una exposición del underground y de la contracultura de los años 70 en Catalunya. Fueron unos años de creatividad desbordante, sin cánones impuestos, vividos al margen de prebendas, partidos e instituciones. Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia, la persecución centrada en los partidos políticos marxistas e independentistas, y la distancia geográfica que nos alejaba del centro neurálgico del poder, posibilitaron unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera.
Jaime Rosal era un tipo raro. Traducía a los franceses de la Ilustración (una gauche divine más bien olvidada), decía lo que pensaba y fumaba en pipa con delectación.
El Palau Robert prepara una exposición que reivindica la contracultura de los setenta.